
Por tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque en verdad, a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva, como también a ellos, pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada por la fe en los que oyeron. Hebreos 4:1-2.
Es indudable que el verdadero reposo de Dios, está representado en alguien que es más que un día. Que produce en el alma el verdadero descanso de toda carga y todo trabajo que cansa y deprime al ser humano, hasta destruir sus fuerzas espirituales y físicas, para impedirle el pleno disfrute de la vida que el Señor nos dado.
En el principio Dios tuvo que enseñar a su pueblo, que debía apartar un día, después de seis de trabajo. Es decir que cada persona podía trabajar seis días y descansar el séptimo. La ley lo estableció con el espíritu de que las personas tuvieran la oportunidad de buscar la presencia de Dios, dejando el quehacer diario, sus ocupaciones materiales y todo trabajo que los llenara de afanes; para tener un reposo de todas sus cargas, disfrutando la presencia del Creador; adorándole y rindiéndole culto por ser él el principio, el proveedor y consumador de todas las cosas.
Notemos que Dios dijo: Guardaréis el séptimo día. ¿Cuál era ese día? Era el día siguiente a seis días de trabajo, porque Dios en seis días hizo todo el universo y descansó el día séptimo. Veamos bien que el reposo se tendría solo después de una jornada de seis días; no de cinco ni de otra cantidad menor. Dios no estaba buscando que su pueblo adorara a un día en especial, porque eso los haría caer en idolatría; Dios deseaba que se tuviera la oportunidad de que su pueblo tuviera un día de descanso para adorarle a Él.
Además, en este mandamiento existe algo más profundo que el simple hecho de descansar un día. Se buscaba el descanso del séptimo, porque el número seis es el número del hombre. Dios ya estaba enseñando en esta santa ordenanza, que todos debemos superar nuestra humanidad llena de imperfección, buscando la perfección de nuestro Padre Celestial. De cierta manera, esta era un ordenamiento escatológico que apuntaba hacia nuestro Señor Jesucristo. Porque El vendría a ser el verdadero descanso que toda la humanidad necesita para reposar de todas sus obras.
También era necesaria la fe, para que el pueblo de Dios entrara no solo al descanso físico, sino al descanso espiritual. Se tuvo que principiar por lo externo; por lo material; con la intención que todos pudiéramos comprender el verdadero propósito del reposo ordenado por Dios.
Hoy, sigue teniendo validez santa lo ordenado por nuestro Dios. Porque El en su santa sabiduría, estableció la necesidad que cada cierto periodo de tiempo, su creación debe tener un descanso; un refrescamiento o una renovación de sus fuerzas a todo nivel. Sin embargo, su pueblo cayó en dos extremos que distorsionaron completamente el espíritu de este sagrado mandamiento. Por un lado, desobedecieron a Dios, dejando de observar el riguroso mandato de descansar cada seis días; tampoco guardaron el séptimo año (porque de la misma manera que después de seis días de trabajo, se debía reposar el séptimo; también cada seis años, se debía dejar descansar a la tierra el séptimo año).
El otro problema (extremo) fue que se terminó adorando a un día, sin importar si era día séptimo. Se terminó nombrando a un día de la semana, el séptimo día. Se confundió lo que en nuestro calendario gregoriano se conoce como sábado, con el Sabbat establecido en la ordenanza ya descrita.
Para evitar confusiones de toda clase, la Palabra de Dios nos señala que nuestro verdadero reposo en la actualidad, no es exactamente un día, sino una persona: Cristo Jesús. Solo en El podemos realmente entrar en el auténtico reposo de Dios. Dejando atrás todas nuestras cargas de pecado; todas nuestras imperfecciones y toda rebeldía, volvámonos al único que ha cumplido a la perfección la ley de Dios. Agreguemos fe a la Palabra de Dios y entremos al reposo eterno. Porque sin fe, es imposible agradar a Dios. Amén.